sábado, 13 de octubre de 2012


dilema bioético

ACERCA DE LA BIOÉTICA 

Todo el mundo da por supuesto que la bioética ha de ser el instrumento con el 
que se han de frenar los excesos del hombre en relación con la investigación científica 
entre otros muchos aspectos. Se entiende la bioética como la ética de la vida, la ética 
aplicada al medio ambiente, a la medicina etc. Pero, ¿hasta dónde llega la autoridad de 
la bioética?, ¿cómo podemos estar seguros de su probidad y objetividad?, ¿es un 
instrumento útil para lograr un avance más íntegro y más recto  o es un arma de doble 
filo capaz de entorpecer las investigaciones de unos en beneficio de otros?
Hoy en día, la bioética goza de gran prestigio y autoridad y ha logrado frenar 
numerosas atrocidades llevadas a cabo en el nombre  de la ciencia. Pero debemos 
plantearnos también hasta qué punto es imparcial la bioética y hasta qué punto es 
“correcto”  su criterio. Para ello voy a presentar  un par de casos en los que debería 
intervenir el aparentemente infalible juicio de la bioética. 
Empezaré con un ejemplo bastante claro del campo de actuación de la bioética: 6
Nos situamos hace unas tres décadas en el pequeño pueblo de Tuskegee, en 
Alabama. Tuskegee es uno de esos pueblos de la América profunda en los que casi 
todos los habitantes eran analfabetos, estaban prácticamente aislados y la asistencia 
sanitaria era mínima o incluso nula. En Tuskegee casi todos los habitantes eran negros y 
trabajaban como jornaleros en la agricultura. Las enfermedades eran muy comunes y 
especialmente la sífilis, a la que ellos daban el nombre de “sangre mala”. Al pueblo 
comenzaron a llegar cartas con el sello del Servicio Público de Salud del Gobierno 
federal. Este es un ejemplo literal del contenido de dichas cartas: 
“Estimado señor: Hace tiempo usted recibió una cuidadosa exploración médica 
que esperamos que le haya servido para obtener un buen tratamiento para la sangre 
mala. Ahora, usted va a recibir una última oportunidad para recibir una nueva revisión. 
Esta revisión va a ser muy importante y, tras ella, usted recibirá un tratamiento especial 
si se considera que está en condiciones de resistirlo”. 
Muy pocos habitantes de Tuskegee se negaron a recibir aquel tratamiento que 
según los emisores de las cartas era totalmente gratis. Claro que nadie recibió 
tratamiento alguno, puesto que el verdadero fin de  aquellas cartas era convertir a los 
habitantes de Tuskegee en auténticas cobayas y el objetivo del experimento era observar 
el desarrollo de la sífilis en el cuerpo humano. La única medicación que recibían en 
muchos casos eran aspirinas y de los trescientos noventa y nueve huéspedes de la 
enfermedad, ciento veintiocho murieron directamente a causa de los efectos de ésta, 
cuarenta mujeres fueron infectadas y diecinueve niños nacieron con sífilis. Por otro 
lado, Thomas Jefferson, uno de los fundadores de la democracia en Estados Unidos, 
experimentó con sus esclavos vacunas contra la viruela que en muchos casos resultaban 
letales. Hay también casos en Estados Unidos de todo tipo de experimentos realizados a 
personas de raza negra en los que se les administraban sustancias (algunas de ellas 
podían ser letales) para comprobar si este colectivo es más propenso a la violencia. 7
Estos y muchos más casos de experimentos con humanos se dan en Estados 
Unidos, país al que algunos llaman “el país más civilizado”. Está claro, después de 
observar casos como estos que la bioética ha de jugar un papel fundamental a la hora de 
poner freno a este tipo de acciones. Nadie considera que ninguno de estos actos sea 
ético. Por otro lado, hay grandes dilemas a los que ha de enfrentarse la bioética y 
muchos de ellos están relacionados con el campo de la medicina. Pongamos el caso de 
una persona que necesita urgentemente un trasplante de corazón y acaba muriendo a 
causa de la espera que provoca la escasa donación de órganos y la pregunta es: 
¿debemos permitir que la donación de órganos se haga de forma voluntaria o 
deberíamos extraer los órganos de los muertos sin la necesidad de su consentimiento en 
vida? Atendiendo exclusivamente a la lógica podemos pensar que una persona que 
muere no necesita unos órganos que, por otro lado, podrían salvar muchas vidas; pero 
por otro lado se supone que las personas son libres de decidir sobre su cuerpo incluso 
después de la muerte aunque este tipo de decisiones sean claramente controvertibles. A 
este tipo de debates se asocian preguntas como: ¿hasta qué punto tiene una persona 
propiedad sobre su cuerpo después de muerta?, ¿qué papel juega la falta de información, 
los prejuicios e incluso la religión y la superstición en las decisiones tomadas?, ¿es ética 
la extracción de órganos sin el consentimiento de la persona? Es cierto que el número de 
donaciones de órganos va en aumento hoy en día, pero todavía hay personas que viven 
en una angustiosa espera que muchas veces acaba con una muerte que podría eludirse. 
Otro dilema para la bioética es el caso de mujeres de edad muy avanzada que 
deciden concebir hijos por medio de la inseminación artificial. Debemos presentar este 
tipo de casos como ejemplos de egoísmo e irresponsabilidad. Que una mujer cercana a 
los setenta años de edad pueda o deba concebir y criar a un hijo debe ser considerado 
como una aberración y debe intentar evitarse por todos los medios. El problema es que 
las clínicas de inseminación obtienen grandes sumas de dinero además de promoción 8
con estos casos y no les importa en absoluto el hecho de poner en peligro la vida de dos 
personas. El hecho de practicar la inseminación artificial a una mujer de casi setenta 
años es un experimento inmoral, ya que se desconocen los efectos que el embarazo 
puede causar en un organismo claramente envejecido. Por otra parte, atenta contra los 
derechos del niño en cuestión, ya que el tener una madre que probablemente enfermará 
en pocos años y morirá en no muchos más condicionará terriblemente su vida. Los 
defensores de este tipo de inseminación alegan que se ha de respetar la decisión de la 
mujer ignorando el hecho de que dicha decisión influye en gran medida en la vida de 
otra persona. 
Un claro ejemplo de los intereses presentes en este tipo de casos es el de la 
mujer gaditana de sesenta y siete años que fue sometida a inseminación in vitro en una 
clínica de Estados Unidos. En Estados Unidos la edad máxima para realizar este tipo de 
intervenciones es de cincuenta y cinco años y la mujer afirma que mintió sobre su edad 
para que la inseminaran. Pero ¿como se puede mentir acerca de la edad en una clínica 
de inseminación en la que se ha de llevar un control muy estricto sobre este tipo de 
cuestiones?, ¿cómo puede mentir acerca de su edad que era doce años superior a la 
permitida cuando podían haberla descubierto con la simple petición del DNI? El caso es 
que estaban en juego cantidades enormes de dinero y al parecer no les importa en 
absoluto jugar con los derechos del niño siempre y  cuando puedan beneficiarse de la 
situación. 
Para problemas como este la bioética no parece tener una solución clara que 
depende, por otro lado, de la opinión y los intereses de las personas. A medida que 
surgen nuevas investigaciones (sobre todo en el campo de la ingeniería genética) se 
reúnen los principales representantes de esta disciplina y a pesar del gran prestigio e 
influencia del que goza hoy en día la bioética no parecen dar soluciones firmes ni 
precisas. Cuando se comenzaron a clonar animales, todos los representantes de la 9
bioética se opusieron firmemente, ya que esto supuestamente violaba el principio básico 
de la vida. Cuando se comenzó a experimentar con células madre hicieron lo mismo. 
Pero poco después comenzaron a retractarse y a argumentar que este tipo de 
experimentos, siempre que se realicen con fines terapéuticos, son permisibles. Vemos 
en este tipo de decisiones una indeterminación y una falta de seguridad alarmantes, ya 
que el campo de la bioética engloba temas sobre los que hay que tomar decisiones que 
han de basarse en sólidos argumentos y no en meras suposiciones subjetivas fácilmente 
manipulables y poco firmes. 
Podemos ver que la bioética, en teoría una disciplina que aboga por el buen 
futuro de la ciencia y la investigación, puede convertirse debido a su subjetividad y a su 
falta de argumentos sólidos en un instrumento de manipulación y prohibición 
interesadas que en muy poco beneficia al desarrollo de la ciencia. 

LA CLONACIÓN Y LA BIOÉTICA 

Uno de los temas que en los últimos años ha generado mayor controversia es, sin 
duda, la clonación. Desde hace algunos años la clonación de embriones parece significar 
un avance muy importante en el campo de la medicina y parece aportar una solución a 
muchas enfermedades, pero a medida que avanza la investigación, parecen aumentar las 
discrepancias con respecto al tema. Hace algunos años, científicos coreanos publicaron 
en la revista Science un trabajo en el que se clonaban embriones procedentes de óvulos 
de mujeres El tema ha suscitado multitud de opiniones contrarias al desarrollo de este 10
tipo de investigaciones. Muchas de estas críticas ofendían directamente a los 
investigadores de este campo y estaban basadas en muchos casos en creencias religiosas 
y suposiciones subjetivas. La clonación de estos embriones tiene como finalidad la 
obtención de células madre que serían destinadas al tratamiento de enfermedades 
degenerativas y a la realización de trasplantes. Estas células no serían rechazadas por el 
individuo, ya que tendrían su mismo genoma nuclear.

Cabe pues plantearse la siguiente pregunta: ¿debemos dejar que suposiciones y 
creencias, que en muchos casos carecen de fundamentos basados en la razón, pongan 
freno a la investigación en el campo de la medicina o hay fundamentos racionales que 
nos hacen mirar con cierta desconfianza ese tipo de avances? La solución a este dilema 
está demasiado difusa para dar una respuesta concreta. Lo que sí sabemos es que no 
debemos basar nuestros criterios en meras suposiciones y sobre todo no debemos dejar 
que ningún tipo de religión (algo que se basa en dogmas y creencias establecidas) 
interfiera en este tipo de decisiones. No se considera ético que se experimente con 
embriones humanos ya que sería atentar contra los principios básicos de la vida y, sin 
embargo, el hecho de que una persona sufra una enfermedad degenerativa que le cause 
la muerte pudiendo tener la solución al alcance de la mano, sí se considera ético. 
Parece ser que el problema que aquí se presenta viene dado por el miedo a lo 
desconocido: ¿Qué pasaría si se consiguiese clonar  a un ser humano? Pues muchos 
creen que el ser humano quedaría completamente desmitificado, ya que existirían dos 
individuos iguales (aunque es discutible que dos clones adultos puedan ser 
completamente iguales) y se acabaría totalmente con el fundamento básico de muchas 
religiones, entre ellas la cristiana. Otros afirman que la clonación es un atentado directo 
contra la libertad del individuo. Basándonos en esta segunda opción podemos decir que 
efectivamente es un atentado contra la libertad individual el hecho de que, sin tu 11
consentimiento (o incluso con él), se cree otra persona con la misma carga genética que 
la tuya y que es, en casi todos los aspectos, idéntico a ti.  
Esgrimiendo este tipo de argumentos sí podemos decir que la clonación de seres 
humanos debería considerarse ilícita. Pero ¿debemos evitar también la clonación de 
embriones con fines terapéuticos? Pues claro que no. El problema es que se teme que 
con este tipo de investigaciones se abra una puerta que luego no podamos cerrar y lo 
que hoy es una inofensiva clonación de embriones se convierta mañana en un enfermizo 
comercio de seres humanos clonados como ya nos han presentado multitud de películas 
y novelas en los últimos años. 

CONCLUSIÓN 

Hemos visto que la ética y, por consiguiente, la bioética pueden ser consideradas 
como los rasgos definitorios del ser humano. Hemos visto los dilemas a los que se ha 
enfrentado la bioética y hemos podido comprobar que en muchos casos, ésta se ve 
manipulada por intereses económicos o políticos. Como conclusión podemos 
plantearnos si debemos tolerar esta agresión contra la ética y esta falta de criterio y de 
firmeza en las decisiones que corresponden a temas tan importantes como son los 
derechos humanos, el principio básico de la vida o los derechos del niño. Ante todo 
debemos cuestionarnos las decisiones que toman todos estos “sabios” que esgrimen la 
bioética con el fin de controlar los excesos del ser humano y que en muchos casos lo 
hacen para satisfacer sus propios intereses.  

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